Arroyo Vega, 9 de noviembre de 2012 |
El arroyo Vega, que recobra fama en cada uno de sus dsbordes, es como el subte: el único que nace y muere dentro de los límites de la Ciudad de Buenos Aires. Su entubamiento no tiene aún 100 años y si bien se lo referencia con la calle Blanco Encalada del barrio porteño de Belgrano, su curso, actualmente rectificado y cubierto, atraviesa varios barrios. Fue entubado en 1936 y su incapacidad radica, en parte, en la urbanización a su alrededor que ha anulado la capacidad de absorción de la tierra.
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El Vega, era parte del paisaje porteño hace dos siglos, hoy
casi imposible de imaginar. La pampa ondulada podía apreciarse con todos los
beneficios de una tierra atravesada por cursos de agua, casi un privilegio que
de a poco, los porteños fueron contaminando. Tal vez cualquier ciudad, menos
Buenos Aires, hubiera preservado aquel paisaje haciendo navegables sus arroyos.
Los porteños lo intentaron, pero para los pobladores de esta geografía, siempre
fueron una molestia. La ingnorancia o brutalidad de utilizarlos como depósito
acuoso de desperdicios y las corrientes
no favorables los hicieron una verdadera molestia, con inundaciones históricas
y dramáticas, como la ocurrida en 1910.
El Vega fue el centro del antiguo Belgrano, pero nace en los
barrios de La
Paternal y Agronomía, atraviesa Colegiales y bajaba por la
Calle Holmberg hasta
Juramento. De allí la calle Estomba, Mendoza y Superí hasta
volver a retomar
Juramento, atravesar Freire y Echeverría, tomar por Zapiola ,
doblar por Blanco Encalada, y por Húsares y Monroe hasta desembocar en el río
de la Plata.
Donde actualmente está el estadio de River, había una laguna
que aportaba al Vega.
Datos y recorrido del Arroyo Vega
. Linda al Norte con la cuenca del arroyo Medrano, al
Sur con la cuenca del arroyo Maldonado y al Este con el río de la Plata. La
superficie total del área de aporte cubre unas 1.710 ha, las cuales drenan en
su totalidad hacia el río de la Plata.
. El entubamiento posee una longitud aproximada de
10,8 km, desde su nacimiento en la intersección de las calles Concordia y
Mariscal Solano López en el barrio de Villa Devoto, hasta la desembocadura en
el río de la Plata.
. Pasa por las calles Mariscal Solano López, Nueva York, Ballivián (Agronomía-Parque Chas), Av. Triunvirato, Echeverría (Villa Urquiza), Holmberg, Av. Juramento, Estomba, Mendoza, Superí, Zapiola, Blanco de Encalada, Monroe hasta el río. (Fuente:Agencia Control Ambiental GCBA)
Las áreas verdes de
la cuenca representan 7% del total, concentrándose principalmente en la
zona baja, próxima a la desembocadura. La mayor densidad de zonas con baja
permeabilidad se manifiesta principalmente en el entorno del conducto central y
de los principales ramales secundarios.
En “Buenos Aires Inundable. Del siglo XIX a mediados del
siglo XX” (1996), las autoras Hilda María Herzer y María Mercedes Di Virgilio,
cuentan que:
El Bajo Belgrano tuvo que luchar por su subsistencia; su
vecindad con el río atrasó por muchos años
el desarrollo que en forma casi
paralela alcanzaron otras zonas de Belgrano. Sus límites eran la calle Pampa,
vías del ferrocarril Gral. Mitre, la calle Blanco Encalada por donde ahora
corre entubado el arroyo Vega y el Río de la Plata. La población que habitaba
esta zona de la ciudad, estaba compuesta en su origen principalmente por
pescadores y jornaleros, cuyas mujeres se ocupaban en el pueblo alto en tareas
de costura y lavado.
Esta zona, hacia 1853, era un modesto caserío conocido como
"La Blanqueada". En esos
tiempos, los desbordes del arroyo Vega la hacían peligrosa y
se transformaron en una
constante preocupación. En
aquellas circunstancias, se debía acudir en ayuda de los
pobladores de la zona; así, por ejemplo, como consecuencia
del temporal de 1860 se
debió socorrer con dinero las pérdidas sufridas.
En 1869, la Corporación Municipal aprobó la apertura de una
zanja que permitía el
drenaje de las aguas estancadas cuando el arroyo bajaba;
posteriormente, en 1884, con
motivo de las inundaciones producidas en Buenos Aires, se
dispusieron estudios oficiales
de nivelación y desagües de las zonas inundadas, entre las
cuales se encontraban las
inmediaciones del arroyo Vega.
El arroyo Vega no era peligroso sólo por las inundaciones; lo era también por su pésimo
estado de salubridad y contaminación, causado por el desagüe
de las fábricas del Bajo
Belgrano. El peligro consistía en que su desembocadura se
hallaba próxima al punto de
toma de aguas corrientes de la ciudad. Según lo manifestado
por el Intendente Bollini, en
su Memoria de Gestión (1890-92), el 7 de septiembre de 1891 se dictó una ley que
prohibía arrojar residuos nocivos sin procesamiento previo
desde los establecimientos
industriales a los ríos, pero no tuvo efecto debido a un
conflicto de jurisdicciones entre la
municipalidad y el poder ejecutivo nacional. Al decir del
intendente, a pesar de los
reclamos de los vecinos y de la propia municipalidad
"nada se pudo hacer por falta de
autoridad".
En 1908 el ingeniero Francisco Beltrame, vecino de la zona, diseñó un
En 1908 el ingeniero Francisco Beltrame, vecino de la zona, diseñó un
sistema de colectores, que tenía al arroyo Vega como eje del
mismo y que sanearía más
de 300 manzanas en el perímetro que abarcaba desde las vías
del ferrocarril hasta el Río
de la Plata, y desde Monroe hasta Lacroze. El proyecto no
prosperó, y así fue que con la
gran inundación de diciembre de 1910, el tiro suizo (ubicado
en Dragones y Echeverría),
el vivero municipal y el golf club argentino quedaron bajo
el agua. Sólo se podía
transitar por la zona a caballo o en bote.
En mayo de 1911, como consecuencia de una terrible sudestada
y lluvias intensas, Belgrano volvió a inundarse; la altura del agua ascendía a
casi un metro y medio sobre el puente de Cabildo y Blanco Encalada.
El hecho de que la zona careciera de cañerías de desagües,
sumado a que el Ferrocarril
Central Córdoba, en el tramo que va desde Retiro a Saavedra,
había levantado un alto terraplén que impedía el desagüe, convertía al Bajo
Belgrano en una zona vulnerable a la
inundación por falta de previsión y de un adecuado sistema
de alcantarillado.
En julio de 1912 se iniciaron las obras de desagüe. Debían
construirse muros de
contención a lo largo de Blanco Encalada desde Avenida del Tejar hasta las vías del
Ferrocarril Central Argentino, y un conducto partiendo de
aquella desembocadura en el
cauce del arroyo Vega a la altura de la calle Migueletes.
Sobre los muros se colocaría el
adoquinado. El costo de la obra correría por cuenta de los
propios vecinos.
Posteriormente, y después de varios reclamos, en el año
1915, los vecinos consiguieron
una quita del 40%.
Sobre los muros de contención de la calle Blanco Encalada se
colocaron siete puentes de
hierro para peatones, con un sistema pivotante que permitía
su giro. Las pasarelas
giratorias eran imprescindibles, ya que el paso de los
peatones quedaba totalmente
interrumpido hasta tiempo después de producidas las
lluvias.
El objetivo que se perseguía con las canalizaciones y
entubamientos de los emisarios del
Río de la Plata, en general, y del arroyo Vega, en
particular, era recoger en su trayectoria
y extremidades las aguas pluviales caídas sobre la zona.
Para aliviar al arroyo Vega, en
1913 se solicitó la construcción de desagües en la calle
General Paz (actual Ciudad de la
Paz); el agua acumulada allí, muchas veces, determinaba la
interrupción en el servicio
de tranvías que debían detenerse. Los vecinos, disconformes
con la obra de la canalización y con la obligación de pagar el afirmado del
canal, constituyeron una comisión que, en septiembre de 1915, presentó su propio
proyecto al intendente de Buenos Aires.
La propuesta solicitaba que el arroyo fuese abovedado para convertirlo en una
calle como las demás. Su pedido se afincaba en
la clasificación que del mismo hacía Obras Sanitarias de la
Nación en 1912:
"antihigiénico en tiempos normales y canal de desagüe durante la lluvia". La
Municipalidad realizaba periódicamente la limpieza de los
distintos sectores del canal,
pero ello no era suficiente.
Entre 1908 y 1914 se advirtió un incremento en el caudal del
arroyo Vega como
consecuencia del aumento de las construcciones en Belgrano y
las zonas aledañas a los
barrios de Devoto, Urquiza, Colegiales y La Paternal, aumentando así mismo la
superficie de impermeabilidad a raíz de los pavimentos
construidos. La situación se agravó en 1918, cuando comenzaron a rellenarse con
residuos los terrenos inundables,
haciéndose imprescindible la necesidad de mejorar las condiciones urbanas y la
infraestructura de servicios.
En marzo de 1921, después de una gran inundación, se fundó
la "Asociación de Mayo"
para repartir víveres, ropa y colchones entre las víctimas.
En julio de 1922, la escena
volvió a repetirse; participaron del salvamento la municipalidad, la policía y la
prefectura. Los evacuados fueron alojados en los colegios de
la zona y en el corralón
municipal de la calle Echeverría, donde se improvisaron
camas y cocinas.
En el año 1923 el río se salió de su cauce cuatro veces,
produciendo nuevos procesos de
inundación. Se formó entonces una comisión permanente que
dispusiera de paliativos
para hacer frente a estas situaciones. El objetivo era disponer de determinados sitios
estratégicos, elementos de salvamento y personal diestro
para ello, así como de lugares
de socorro, señales de auxilio y todo lo necesario para
evitar víctimas, apresuramientos
y disgustos. Las memorias municipales correspondientes a
1926 y otras crónicas de la
época, ponen de manifiesto el hecho de que las limpiezas periódicas y los arreglos
de
taludes que se realizaban hasta el momento no eran
suficientes.
En 1933, Obras Sanitarias de la Nación dividió oficialmente en cuatro las zonas
tributarias del Riachuelo y de los arroyos Maldonado, Vega y
Medrano. En 1934,
finalmente, se decidió entubar el arroyo Vega.
La cuenca del arroyo Vega cubre actualmente 1,740 hectáreas
enteramente dentro de la
Capital Federal. Al anexarse en 1942 el tramo superior de la
cuenca, la porción inferior
vio superada la capacidad de drenaje y comenzaron a
producirse anegamientos desde la
cuenca media hacia la desembocadura. Se proyectó entonces la construcción de dos
canales aliviadores. Uno de ellos se concretó un año después
y abarca un conjunto de
90 manzanas de la margen derecha del arroyo.
El segundo canal aliviador debía cubir la margen izquierda
del arroyo en una superficie
similar al anterior. El proyecto, que nunca fue ejecutado,
debía descargar directamente al
Río de la Plata mediante un entubado subterráneo paralelo al
curso principal.
A pesar del tiempo transcurrido, los problemas que acarrea
la crecida del arroyo Vega no
se han solucionado en su totalidad. El crecimiento edilicio
de la zona no ha ido
acompañado por la adecuación de la infraestructura
necesaria, superando ampliamente
los cálculos efectuados en 1936, cuando el arroyo fue
entubado.
Anecdotario
por Ricardo Ostuni (Revista Historias de la Ciudad)
A cauce abierto fue un arroyo peligroso por sus desbordes,
que solían arrastrarlo todo a su paso. En 1869, la Corporación Municipal aprobó
la apertura de una zanja que permitiera dar la salida a las pestilentes aguas
estancadas luego de las inundaciones. Recién quince años más tarde se dispuso
nivelar el terreno y practicar desagües a lo largo de su recorrido, tarea que
estuvo a cargo del ingeniero Armando Saint-Yves. En las memorias del intendente
Bollini (1890/92) puede leerse sobre el primer intento de canalización que no
llegó a concretarse: “…me di cuenta del peligro que para el lugar y para las
aguas corrientes ofrecía el Arroyo Vega que desemboca en el río a corta
distancia del punto de toma. Concreto es su malísimo estado, causado por el
desagüe de las fábricas instaladas en el Bajo Belgrano. Pretendí llevar a cabo
la canalización, para nivelar y facilitar su desagüe pues por él corren las
aguas pluviales de una gran extensión de la Capital de la parte limítrofe de la
Provincia de Buenos Aires. Como no se entregara por el gobierno la draga
solicitada, nada se hizo. Ordené enseguida se cortasen los caños de las
fábricas y se desconoció la medida pues no existe ley en qué apoyarla… A pesar
del tiempo transcurrido, de mis reiterados pedidos y de las quejas del
vecindario, nada se ha resuelto que no sean consejos y recriminaciones de la
Municipalidad que es la primera que ha hecho notar el peligro para el
vecindario y que nada hacen por falta de autoridad…”
Su curso estaba poblado por misérrimos caseríos. En Blanco Encalada entre Miñones y
Artilleros se encontraba el almacén y despacho de bebidas “La Miseria”, en
obvia alusión a su imagen. Cerca de allí, sobre la misma calle Artilleros, sobre
una de las márgenes del puente “El Aburrido”, se levantaba “El Palacio de
Cristal”, sarcasmo con el cual se conocía un conventillo de latón en cuyos dos
pisos y en treinta habitaciones, vivía un conglomerado de familias rusas e
italianas.
Recién en 1912, después de las grandes inundaciones del año
anterior –donde el agua sobrepasó el metro y medio de altura por sobre el
puente de Cabildo y Blanco Encalada –, comenzaron las primeras obras de
canalización y desagües, que estuvieron a cargo del agrimensor Luis Gotusso,
del Departamento de Obras Públicas de la Municipalidad. Las obras se llevaron
hasta la calle Migueletes en la zona conocida como “La vuelta del Pobre
Diablo”, ensanchándose la calle Blanco Encalada desde avenida Del Tejar hasta
las vías del ferrocarril. El proyecto original contemplaba convertir aquella
arteria en una hermosa avenida que “diera un nuevo impulso al valor, al
comercio y a la comodidad además de embellecer notablemente una parte no
pequeña de la parroquia…”, pero la mayoría de los vecinos no estuvieron de
acuerdo. De todos modos sobre la calle Blanco Encalada se colocaron siete
puentes para peatones en los cruces con Cramer, Vidal, Moldes, Amenábar,
Obligado, Cuba y Arcos. Eran puentes de hierro con un sistema de pivote que
permitía girarlos y colocarlos paralelos a las veredas.
Las obras de canalización del Vega siguieron a ritmo muy
lento. En 1915 una comisión de vecinos presidida por el señor H. Heuss se
entrevistó con el intendente Arturo Gramajo reclamándole la exoneración del
pago del 40 % del afirmado de la calle Blanco Encalada porque la zona no había
mejorado su desventajosa situación en los días de lluvia. En todas las Memorias
municipales hasta 1933, se advierte la preocupación por la insuficiencia de los
trabajos realizados.
Todavía por 1934 un buen trecho del Vega, desde su
nacimiento hasta Olazábal y Zapiola, corría a cielo abierto. El entubamiento se
concluyó en 1941 pero ya se sabía de la necesidad de nuevas obras. En 1936 se
había previsto la construcción de un conducto aliviador que arrancaría en
Amenábar y Sucre y otras obras complementarias que no se realizaron. En 1985 se
produjo una de las lluvias más extraordinarias de que se tenga registro en la
ciudad: cayeron cerca de 400 milímetros en algo más de 24 horas. La calle
Blanco Encalada se convirtió en un verdadero río cuya fuerte correntada
destrozó vidrieras y arrastró vehículos a su paso. El crecimiento edilicio
superó todos los cálculos realizados en 1936 para el entubamiento definitivo
del arroyo.
El arroyo Vega tiene, además, su anecdotario. El 18 de mayo
de 1934 el ingeniero de Obras Sanitarias de la Nación don Francisco Terrone
realizó una visita de inspección al conducto. A unos 500 metros de su
desembocadura, sobre una de las paredes
se veía una construcción. Era una compuerta de unos ochenta centímetros de
lado, herméticamente cerrada, que no formaba parte de la obra original.
Efectuada la denuncia del hecho, la policía localizó en un galpón situado en
Monroe y Húsares el acceso a dicha compuerta. La propiedad era de don Alejandro
Orezzolli (alias “Churrinche”), uno de los cuidadores de caballos más
prestigiosos de los años 20. Hombre de don Benito Villanueva, solía hacer en su
quinta llamada “Unión Nacional”, memorables asados políticos.
Presumiblemente la construcción se habría utilizado para la
entrada de mercadería contrabandeada por el río, aunque don Alejandro Orezzolli
declaró que la casa la había adquirido en recién en 1932 y nada sabía del
asunto. Como es de suponer, el tiempo se encargó de aletargar la investigación
y todo quedó como una de las tantas anécdotas lugareñas.