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  Dirección y contenidos PATRICIA GARCÍA, periodista

12/6/12

Oficios porteños

Los Oficios en el Buenos Aires de 1826-33, contados por un viajero francés*:
"Tocaban ya a su fin mis estudios sobre Buenos Aires con el tiempo que había destinado; y observando las altas clases, en los brillantes salones en donde entraba libremente, merced a mis huéspedes, no había descuidado las costumbres del pueblo, cuyos salones son las calles, las plazas, y los mercados; en efecto, allí es donde han de verse, tanto en Buenos Aires como por todas partes; pero en esta ciudad es menester cierto valor para observarlo bien, porque es horriblemente sucio, excepto en los días de fiesta. Los changadores o faquines, los carretilleros o carreteros,
que a cada paso se encuentran y que saludan a los extranjeros con los más groseros epítetos, no están mucho más mal educados que nuestros cocheros de frac y nuestros mozos de cordel; pero ahora sólo trato de los individuos que ejercen una industria positiva y determinada, como por ejemplo esa lavandera que anda diestramente, con la pipa en la boca, llevando en la cabeza una especie de piragua de madera (batea) en cuya concavidad hay un fardo de ropa, y en la mano izquierda el vaso para hacer su mate entre día.
Quizás la haya visto muchas veces con la criada en la mano al pie del Fuerte, en donde se reúnen todos los días las mujeres de su profesión. Más allá reconozco un vendedor de velas. Cuando anda, trae en la espalda izquierda una especie de arco sin cuerda, hendido en algunos puntos, para colgar en equilibrio gruesos haces de sus géneros; pero cuando reposa, fija en el suelo una especie de horquilla de madera que tiene en la mano derecha y muestra sus velas, aguardando a los parroquianos.
Aquél que trae en los hombros o en la mano escobas de cañas o plumeros de plumas de avestruz es el vendedor de escobas. Ahora viene, torciéndose de puro gritar, el ídolo de los niños: "¡Ya se acaba, quién me llama, pastelito!". A su lado andará de cuando en cuando un rival tal vez más feliz, la vendedora de tortas, con un cesto en la cabeza llenó de sus tesoros. En esotra calle cercana, el vendedor de naranjas tiene también su mérito con los sacos de cuero llenos de la fruta, que trae a ambos lados de su caballo. Habiéndome hecho adquirir mis paseos por el mercado algunas nociones de economía local, las cuales sin ser indiferentes no pueden no obstante ser acogidas sin precaución, porque han de variar mucho, según las estaciones y circunstancias; así me vi pronto en estado de luchar con mi huésped sobre erudición culinaria, elogiando la excelente carne de que se halla provista Buenos Aires, y aplaudiendo más de una vez el haber encontrado a menudo en su mesa tatúes o armadillos, o por lo menos ciertas especies de este animal, cuyo sabor puede compararse al del gorrino o del conejo."


*"De viaje pintoresco a las dos Américas, Asia y Africa", por el naturalista del siglo XIX, Alcide D'Orbigny y J.B. Eyriès que se imprimió en Barcelona en 1842.